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Rodchenko y el ojo que todo lo desmonta

Imagina que miras el mundo por primera vez. No en el sentido sentimental del término, sino con la frialdad quirúrgica de quien desmonta una máquina para comprenderla. ¿Qué haces primero? ¿Inclinas la cabeza? ¿Te subes a un banco para ver desde arriba? ¿Te agachas hasta el suelo como un niño que encuentra una moneda?


Alexander Rodchenko hizo todo eso y más. No porque la curiosidad lo devorara —aunque seguramente lo hacía— sino porque entendió que mirar era un acto político. Si cambias el ángulo, cambias el poder. Si miras desde abajo, la figura se vuelve monumental; si miras desde arriba, el mismo sujeto se reduce a un peón en un tablero. La fotografía, descubrió Rodchenko, no solo captura la realidad: la reorganiza, la altera, la traiciona.


Nació en Rusia, en un tiempo en el que la palabra “futuro” sonaba a promesa. Se hablaba de progreso como quien habla de una ciudad en construcción. Todo podía ser reconstruido: el arte, el diseño, las calles, los ideales. No había razón para que la fotografía siguiera comportándose como una pintura aburrida, con sus composiciones simétricas y su perspectiva de postal.


Rodchenko empezó a dinamitar las reglas.


Su cámara se inclinaba en ángulos imposibles, como un equilibrista en la cuerda floja. Disparaba desde arriba, desde abajo, desde los costados. No buscaba la armonía, sino el impacto. Si la vida era movimiento, su fotografía tenía que moverse también.


Entonces, un día, tomó la imagen de un hombre subiendo unas escaleras metálicas. Un encuadre vertical y vertiginoso que parecía desafiar la gravedad. La perspectiva era tan extrema que el espectador se sentía a punto de caer junto al sujeto retratado. Otro día, apuntó la lente hacia la boca de un megáfono, que parecía gritar sin necesidad de palabras. Cada imagen era una reconfiguración del mundo, como si Rodchenko estuviera empeñado en recordarnos que la realidad tiene muchas más versiones de las que solemos aceptar.


Rodchenko

Pero su revolución no fue solo estética. Rodchenko entendía la imagen como un arma. En plena euforia soviética, utilizó la fotografía para dar forma visual a una sociedad en transformación.


Sus retratos mostraban obreros, mujeres en acción, arquitecturas dinámicas que parecían diseñadas para el futuro. El arte no debía ser un lujo ni una complacencia, sino una herramienta de cambio.


Por supuesto, las revoluciones, como las modas, son efímeras. Con el tiempo, las mismas estructuras que celebraban la innovación comenzaron a temerla.


Rodchenko, que había elevado la fotografía a un nuevo nivel de experimentación, fue acusado de formalista. En un régimen que exigía imágenes claras, su manera de desarmar la realidad resultaba demasiado peligrosa. Sus trabajos fueron cada vez más cuestionados hasta que su presencia en el mundo artístico se diluyó.


Pero el daño estaba hecho. O mejor dicho, el impacto. Rodchenko había demostrado que la fotografía no tenía por qué ser una mera reproducción de lo visible. Había convertido la cámara en una herramienta para cuestionar lo que dábamos por sentado.


Y aunque sus encuadres fueron censurados en su tiempo, hoy siguen siendo una lección de que mirar es un acto de rebelión.


Porque al final, ¿qué es la fotografía sino la forma en que elegimos contar la historia? Rodchenko entendió que cada imagen es una decisión. Que la verdad puede estar en el ángulo en el que decides sostener la cámara. Y que, a veces, para entender algo, hay que mirarlo de manera completamente distinta.

 
 
 

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