
El primer recuerdo que tengo con la fotografía es la luz roja de un cuarto oscuro.
Era un niño cuando entraba al laboratorio de mi abuelo y veía cómo, poco a poco, una imagen aparecía en el papel. Para mí, aquello era magia. No entendía la química ni la técnica, pero sí sentía la emoción de ver algo cobrar vida ante mis ojos.
Con el tiempo, entendí que la fotografía no era solo capturar momentos, sino una forma de ver el mundo. Se convirtió en mi lenguaje, en mi manera de expresar lo que siento, lo que observo, lo que admiro en las personas. La luz, la sombra, la expresión… todo es un diálogo silencioso que da forma a una historia.
Han pasado más de 30 años desde que tomé una cámara por primera vez, y más de 8 desde que me especialicé en retrato corporativo.
Elegí este camino porque siempre me han fascinado los rostros. Cada expresión, cada mirada, cada gesto cuenta algo único.
Pero también descubrí que había un vacío en la fotografía corporativa: demasiadas imágenes sin alma, sin intención, sin autenticidad.
Para mí, un retrato profesional no es solo una buena foto; es la manera en que alguien elige presentarse al mundo. Es una herramienta de poder, de confianza, de liderazgo. Y capturar eso requiere mucho más que solo encuadrar y disparar. Se trata de observar, de conectar, de entender a la persona frente a la cámara.
Mi enfoque es simple pero profundo: trabajo con la emoción. No busco poses forzadas ni sonrisas vacías. Quiero que cada imagen refleje quién es realmente la persona que retrato. Y por eso mi proceso es completamente transparente: el cliente ve las imágenes en vivo, participa en la construcción de su propia imagen, y juntos logramos que cada retrato tenga intención y propósito.
Lo que me motiva a seguir no es solo la fotografía, sino el impacto que genera. A lo largo de los años he escuchado muchas historias, pero hay una que nunca olvido: un cliente me contó que, cuando preguntó en Recursos Humanos por qué lo habían elegido entre tantos candidatos, le respondieron: "Mucho tuvo que ver tu foto".
Eso es lo que me apasiona. Saber que mi trabajo no solo captura una imagen, sino que abre puertas, impulsa carreras y da confianza a quienes están construyendo su camino.
Soy Carlos Estrada, y cada retrato que tomo es una búsqueda de la mejor versión de quien tengo enfrente. Porque cuando la imagen es auténtica, su impacto es real.