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Fotografía, inteligencia artificial y la velocidad del asombro

Hace unos días asistí a una charla con mis amigos de EXIT La Librería, donde tres autores y artistas comentaban sobre un libro relacionado con la fotografía y la inteligencia artificial.


De ahí salí con la sensación de tener más dudas que certezas. Y lo celebro. Porque pocas cosas son más estimulantes que escuchar a tres expertos en imagen debatir sobre el impacto de la IA en la fotografía y descubrir que, en lugar de respuestas definitivas, uno se marcha con preguntas nuevas.


Entre los distintos puntos de vista, surgieron dudas que me pusieron a reflexionar sobre mi propia percepción acerca de la inteligencia artificial. Me llevaron a mirar el tema desde ángulos que no había considerado, como cuando te colocas frente a un espejo deforme y, de pronto, descubres un perfil tuyo que nunca habías visto.


Uno de los aspectos que más me inquieta es la velocidad con la que la tecnología ha acelerado su propia evolución. Si pensamos en cómo la imprenta revolucionó la distribución del conocimiento, notamos que pasó más de un siglo antes de que surgiera otra herramienta capaz de transformar nuestra relación con la información de manera similar. Pero con la llegada de la inteligencia artificial, ese lapso de espera se ha comprimido a una fracción. La IA no solo avanza: avanza sobre sí misma. Su crecimiento es exponencial y, lo más inquietante, lo hace en un tiempo que apenas alcanzamos a procesar.


Otro punto mencionado que no podemos ignorar es: el impacto ecológico de estas nuevas tecnologías. La cantidad de recursos energéticos que requieren los modelos de inteligencia artificial es colosal, y esa es otra conversación que merece nuestra atención. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar recursos finitos por el afán de perfeccionar nuestras herramientas digitales?


Por otro lado Fernando Montiel planteó algo que resuena en este contexto: la inteligencia artificial es, al final del día, solo una herramienta más. Como tantas otras antes, permite a los creadores abordar los temas desde nuevas perspectivas, pero no sustituye la mirada humana. Ahí radica el desafío: entenderla para usarla, en lugar de dejar que nos use.


Gerardo Montiel, que en esta ocasión formaba parte del público asistente, enfatizó la importancia de quebrantar las reglas establecidas en torno a estos nuevos medios. Y no puedo estar más de acuerdo. La IA ofrece atajos, pero el peligro de los atajos es que nos llevan a lugares predecibles y, en muchos casos, censurados. Para que la creatividad siga siendo un acto de descubrimiento, no basta con adoptar nuevas herramientas: hay que desarmarlas, cuestionarlas, ponerlas a prueba.


Exit la librería

Otra pregunta que me ronda la cabeza es: si las imágenes generadas por IA pueden replicar la realidad con precisión quirúrgica, ¿cómo seguimos distinguiendo lo verdadero de lo falso? ¿Cómo nos aseguramos de que una fotografía sigue siendo un testimonio y no solo una construcción verosímil?


Ya de por sí, muchos autores han hablado de la veracidad de la fotografía; hoy, esa característica se multiplica exponencialmente. Si antes la imagen ya era una interpretación de la realidad, ahora puede ser una simulación perfecta de algo que nunca ocurrió.


Las herramientas siempre han surgido como apoyo para la creatividad humana, pero ahora nos obligan a replantearnos qué significa ver y qué significa creer.


Así que vuelvo al punto de partida: salí con más preguntas que respuestas. Estamos parados en un mundo donde la tecnología avanza más rápido de lo que podemos asimilar. Así que preguntarse sigue siendo el mejor acto de resistencia.



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